QUINCE PELAFUSTANES

lunes, 1 de octubre de 2007

Me molesta la gente ordinaria; aquella que, pudiendo hacer las cosas de un modo, las hace de tal manera que sean desagradables para el resto. O, al menos, de una forma que deja ver una nula consideración hacia los demás.

Es lo que me sucede día a día en el metro. Soy de aquellos que usa este medio de transporte de lunes a viernes, a la ida y a la vuelta del trabajo, por lo que en un mes registro la no despreciable cifra de cuarenta viajes. Estoy acostumbrado a subirme en el último vagón porque la gran mayoría de la gente se concentra en los carros del medio, y porque es el que suele quedarme más próximo una vez que ingreso al andén. Pero rotos hay en todas partes y, por supuesto, en todos los vagones.

He dicho que me molesta la gente ordinaria, pero más me molestan aquellos hombres que lo son con las mujeres. Me subo al metro y noto que, de los casi cuarenta asientos que alcanzo a ver, al menos quince están ocupados por personas del sexo masculino, varios de ellos jóvenes o adultos de no más de cuarenta y cinco años. Ejecutivos, oficinitas, juniors… sentados cómodamente con sus maletines sobre las rodillas, mientras cerca de veinte mujeres —algunas de edad ya avanzada— deben aferrarse fuertemente a fierros y plásticos para hacer frente a la desidia y negligencia del chofer de turno y, así, evitar una desastrosa caída.

Es cierto. Ambos, tanto el tipo sentado como la señora que viaja parada, pagaron íntegramente su pasaje y tienen, por lo tanto, el mismo derecho a hacer uso del asiento. Repito: es cierto. No obstante, vivir en sociedad no sólo consiste en cumplir las leyes y exigir los derechos que a cada uno corresponden, sino también en saber convivir y respetar al otro, a ése que vive a unas cuadras de distancia, a ése que tiene su casa en otra comuna, a ése que proviene de otra ciudad, provincia o región. Vivir en sociedad consiste en que el otro te importe y que sus problemas sean también los tuyos, al menos en el sentido de interesarte por sus posibles soluciones. ¿Estaremos pagando las consecuencias de que, en nuestra educación secundaria y superior, el ramo de Educación Cívica tenga un protagonismo igual a cero?

No es concebible que quince pelafustanes no sean capaces de ceder el asiento a aquellos que realmente lo necesitan. Menos todavía si éstas últimas son mujeres, el objeto de afecto de la gran mayoría de los hombres del mundo. - foto_marcelo montecino

por TJ Ifigenio Eñe.