N. del E. Según conversaba con un par de amigas el fin de semana, esta columna estaría completamente fuera de lugar, que los tiempos han cambiado y que por lo tanto, poco de lo que aquí se dice tendría validez en los tiempos que corren. Como no me consta -por experiencia propia- me atrevo a postearlo, aunque suene decimonónico.
La tradición indica que es el hombre el que da el primer paso. Si bien es la mujer la que finalmente elige, es uno quien está a cargo de la iniciativa. Ahí, cual galán y en su particular estilo, el macho ejecuta su rito de conquista a través del que intentará seducir a su objeto de deseo.
Por otra parte, el mito enseña que la mujer no es quien debe tomar la delantera en estas lides, so pena de ser tenida por desesperada o derechamente fácil. El vulgo acepta sin protesta la idea de que la mujer debe limitar su actuar a aprobar o desechar, según la dirección a que apunte el pulgar, al ejemplar que la intenta conquistar.
Y así, a punta de tradiciones machistas y mitos bultosos, los hombres a pesar de vivir en pleno siglo xxi están prácticamente sentenciados a ser los proactivos de la historia, relegando injustamente a la mujer al hábito paciente y contemplativo. Al parecer, algo que llaman instinto de mantención de la especie -tan falso como el cuco-, se encargaría de seleccionar naturalmente a los machos recios, pintosos o poco acomplejados que caminan entre la multitud femenina con la mira puesta en la chica guapa que lo miró de reojo, mientras esa misma discriminación endógena se encarga de apartar a los más timidones o poco agraciados, condenados a la amiga de aquella que, si bien no gusta tanto pero es simpática y mal que mal le han repetido hasta el cansancio que el amor lo puede todo.
En principio, a la mujer pareciera acomodarle este “estado de cosas”. Sentarse a esperar ser abordada para sin arrugarse desdeñar o asentir suavemente parece fácil, sin embargo, de a poco, muchas señoritas han comenzado a dejar de interesarse por el galán de camisa desabotonada, para empezar a fijarse en el amigo callado y de lentes con marco que habla relajado sobre cosas bastante más interesantes, pero no hay caso. Por más que ella le hace notar su interés, él parece no percatarse y la ira comienza a apoderarse de ellas al punto que añoran al galán que simplemente las toma y las besa a lo Corín Tellado, pura pasión que embriaga, claro, hasta que al galán se le ocurre repetir la escena no precisamente con ellas, quienes sólo terminan haciéndose acreedoras de sendos cuernos y rebuscadas conclusiones. ¿Qué hacer?
Lanzarse. A los hombres les encanta el cine por esencia. Sea porque ahí vemos todo lo que nos gustaría que nos pasara, o porque en las películas no pasa nada de lo que vivimos a diario. Sea por inspiración o evasión el hombre disfruta de las películas. Y nada más cinematográfico que el que una mujer se te acerque con aquella intención, se te insinúe de tal manera que estés obligado a preguntarte si te están mirando a ti, para que aún no convencido y sin las agallas suficientes para acercarte, sea ella quien te aborde y comience una conversación ahí donde no tenía por qué haberla. Si eso no es química, no sé cómo pasé ese curso.
Fuera con las tradiciones y los mitos. Los tiempos son otros y si en las Cumbres Presidenciales abundan, es sólo una muestra más de que ellas realmente se tomaron el poder. A demostrarlo. - foto_completosinmallo
por TJ Ferrari.
La tradición indica que es el hombre el que da el primer paso. Si bien es la mujer la que finalmente elige, es uno quien está a cargo de la iniciativa. Ahí, cual galán y en su particular estilo, el macho ejecuta su rito de conquista a través del que intentará seducir a su objeto de deseo.
Por otra parte, el mito enseña que la mujer no es quien debe tomar la delantera en estas lides, so pena de ser tenida por desesperada o derechamente fácil. El vulgo acepta sin protesta la idea de que la mujer debe limitar su actuar a aprobar o desechar, según la dirección a que apunte el pulgar, al ejemplar que la intenta conquistar.
Y así, a punta de tradiciones machistas y mitos bultosos, los hombres a pesar de vivir en pleno siglo xxi están prácticamente sentenciados a ser los proactivos de la historia, relegando injustamente a la mujer al hábito paciente y contemplativo. Al parecer, algo que llaman instinto de mantención de la especie -tan falso como el cuco-, se encargaría de seleccionar naturalmente a los machos recios, pintosos o poco acomplejados que caminan entre la multitud femenina con la mira puesta en la chica guapa que lo miró de reojo, mientras esa misma discriminación endógena se encarga de apartar a los más timidones o poco agraciados, condenados a la amiga de aquella que, si bien no gusta tanto pero es simpática y mal que mal le han repetido hasta el cansancio que el amor lo puede todo.
En principio, a la mujer pareciera acomodarle este “estado de cosas”. Sentarse a esperar ser abordada para sin arrugarse desdeñar o asentir suavemente parece fácil, sin embargo, de a poco, muchas señoritas han comenzado a dejar de interesarse por el galán de camisa desabotonada, para empezar a fijarse en el amigo callado y de lentes con marco que habla relajado sobre cosas bastante más interesantes, pero no hay caso. Por más que ella le hace notar su interés, él parece no percatarse y la ira comienza a apoderarse de ellas al punto que añoran al galán que simplemente las toma y las besa a lo Corín Tellado, pura pasión que embriaga, claro, hasta que al galán se le ocurre repetir la escena no precisamente con ellas, quienes sólo terminan haciéndose acreedoras de sendos cuernos y rebuscadas conclusiones. ¿Qué hacer?
Lanzarse. A los hombres les encanta el cine por esencia. Sea porque ahí vemos todo lo que nos gustaría que nos pasara, o porque en las películas no pasa nada de lo que vivimos a diario. Sea por inspiración o evasión el hombre disfruta de las películas. Y nada más cinematográfico que el que una mujer se te acerque con aquella intención, se te insinúe de tal manera que estés obligado a preguntarte si te están mirando a ti, para que aún no convencido y sin las agallas suficientes para acercarte, sea ella quien te aborde y comience una conversación ahí donde no tenía por qué haberla. Si eso no es química, no sé cómo pasé ese curso.
Fuera con las tradiciones y los mitos. Los tiempos son otros y si en las Cumbres Presidenciales abundan, es sólo una muestra más de que ellas realmente se tomaron el poder. A demostrarlo. - foto_completosinmallo
por TJ Ferrari.
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