He cometido varios errores en mi vida, pero quizás uno de los más tontos ha sido tener citas a ciegas. No en su formato clásico y cliché, en el que, ayudado por una pareja amiga, conozco a una tipa en un restaurante y comenzamos a intercambiar nuestras primeras palabras. Lo mío ha sido en base a chat y, posteriormente, teléfono, lo que ya suena decididamente patético. Pero debo advertir: soy una simple víctima. La culpa ha sido, principalmente, de ellas.
Como hombre que soy, tengo mis debilidades. Y junto con las piernas (por lejos, la parte del cuerpo de ellas que más me gusta), hay voces que me vuelven loco. Voces a la que no me puedo resistir, que son casi como un canto de sirenas invitándome al mayor colapso jamás imaginado, a una caída, a un derrumbe del que difícilmente me podría recuperar. Voces con miles de particularidades que las hacen deliciosas, apetecibles, que provocan ensoñaciones de todo tipo y por las que estrangularía con tal de sentirlas junto a mi oído, lo más cerca posible.
Y me he topado con esas voces al otro lado de la línea telefónica, y he sucumbido como el más débil Odiseo. Ni fuerzas para resistirme he tenido. Me he dejado llevar por ese canto, ese susurro, esa melodía que me invitaba a salir en su búsqueda. Han sido voces que me han hecho imaginar todo tipo de cuerpos, manos, rostros, pechos, cinturas y… piernas. Las decisiones las he tomado apresurado, con el temor lógico de perder oportunidades irrepetibles. ¡Cómo me arrepiento!
Las culpables son ustedes. Yo, una simple víctima. - foto_marta glinska
por TJ Ifigenio Eñe.
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